En cada encuentro, aquellos ojos destellantes deslumbraban como estrellas en la oscuridad, impidiendo que el día se fundiera con la noche. Fue en uno de esos momentos que los Granaderos salieron de tu boca. Como antaño, cuando los navíos perdidos encontraban su camino a casa, guiados por el faro de Alejandría, así eran guiados por la luz de la historia, una historia que ilumina este cuento…
Había una vez en las páginas de la historia, un relato que hablaba de valentía, lealtad y sacrificio. Un cuento que se teje en el tejido de la lucha por la independencia, donde los héroes se alzaron para guiar a una nación hacia su libertad y gloria.
La patria nacía y con ella, un correntino, moldeado por las raíces españolas, regreso a su hogar para luchar por su libertad. Seleccionando a los guerreros más diestros, a jinetes de destreza inigualable, juraron lealtad a un cuerpo que sería el orgullo de toda Latinoamérica. Los Granaderos a Caballo, una mezcla de negros, mulatos, zambos, mestizos y criollos todos ellos unidos por el idealismo y el amor por la libertad que emergía.
En su bautismo de fuego, en la única batalla en nuestras tierras, en San Lorenzo, repelieron un ataque de las tropas imperiales españolas. El libertador, el General San Martin, libero Argentina, Chile y Perú sin ayuda del naciente estado nacional, cegado por sus propios intereses y dependencia económica extranjera.
Poco después José, un hombre valiente y comprometido, fue designado como gobernador de la región de Cuyo. Junto a Fray Luis Beltrán, emprendió la monumental tarea de forjar las armas necesarias para el épico cruce de Los Andes. A pesar de los desafíos y dificultades que se presentaron en el camino, José logro reunir los recursos necesarios para equiparar a las tropas mediante colectas realizadas en su provincia.
Sin embargo, su determinación y liderazgo no fueron respaldados por el poder central, que busco contantemente destituirlo de su cargo. A pesar de esta adversidad, José se mantuvo firme en su compromiso y continuo trabajando incansablemente en la preparación de las tropas para la gesta que se avecinaba.
Acusado injustamente de robar un ejército, luego de darles libertar a chilenos y peruanos, se vio forzado a dejar sus soldados en manos del venezolano Simón Bolívar quien concluirá la campaña de liberación Americana.
Regresara entonces a su hogar en Mendoza, luego a Buenos Aires por Merceditas, pasando por el cementerio despidiendo a su amiga y esposa fallecida, partirá a Europa. Sin retorno.
A medida que pasaban los años, José llego a la séptima década de su vida, un hito en su trayectoria. Sin embargo, la vida le deparo un desafío inesperado: una mala praxis médica lo dejo sin la capacidad de ver. A pesar de esta perdida, José continúo siendo un espíritu optimista y resiliente.
En sus momentos de dificultad, José encontró consuelo y compañía en Merceditas, quien lo asistía con cariño y dedicación. Ella se convirtió en los ojos de José. Leyéndole con dulzura y amor hasta sus últimas horas de vida.
Su historia es un testimonio de coraje, perseverancia y amor familiar dejando un legado que perdurar en la memoria de todos los argentinos.
La historia que deseo compartir con ustedes es la de un amor profundo y una lealtad inquebrantable, una narración que se centra en los corazones de aquellos soldados veteranos que compartieron sus vidas y aprendieron los valores fundamentales de la patria bajo la tutela de padre de la nación.
Estos hombres, a lo largo de sus vidas, tejieron una red de vínculos que trascendió la mera camaradería militar. Fueron compañeros de armas, sí, pero también se convirtieron en hermanos de espíritu, unidos por un ideal común y un amor incondicional por su patria.
El padre de la patria, con su sabiduría y liderazgo, los adoctrino en los principios de libertad, justicia y solidaridad. Los moldeo no solo como soldados valientes, sino como ciudadanos comprometidos con el bienestar de su nación y de sus compatriotas. Les inculco la importancia de la lealtad no solo hacia el cómo líder, sino hacia los valores que representaba y hacia el conjunto de la sociedad.
Estos viejos soldados, a lo largo de sus vidas, demostraron un amor inquebrantable por su patria y por los ideales que habían abrazado en su juventud. Lucharon no solo en el campo de batalla, sino también en la construcción de una sociedad justa y equitativa. Sus historias son un testimonio del poder del compromiso, la amistad y la devoción hacia una causa mayor.
Así, esta es la historia que deseo compartir con ustedes, una historia que resalta el amor y la lealtad de aquellos valientes soldados que, a través de los años, mantuvieron vivo el legado del padre de la patria y contribuyeron a forjar el destino de su nación con un corazón lleno de pasión y sacrificio .
LOS SIETE DE DIOS
Después de una década de arduos combates en los campos de batalla, donde lograron liberar a los pueblos oprimidos, los intrépidos granaderos llegaron a la Plaza de Mayo con una mirada dulce en sus ojos. Llenos de orgullo por sus valientes conquistas, se presentaron ante la plaza central con un aire de triunfo y determinación.
Sin embargo, la recepción que les aguardaba no fue la que esperaban. El presidente, enojado y perturbado por los ruidos que resonaban en su conciencia, decidió enviar a los granaderos a la cárcel, ignorando sus logros y sacrificios. Fue un triste recibimiento por parte de Rivadavia, marcado por la incomprensión y la falta de reconocimiento.
Luego, en un acto profundamente inmoral e injusto, el presidente tomó la decisión de disolver el cuerpo de granaderos, el más valeroso y destacado, en un intento de opacar la gloriosa trayectoria de estos valientes hombres. Este acto buscaba empañar su legado y borrar su huella de valentía y servicio a la patria.
A pesar de los obstáculos y la ingrata recepción que enfrentaron, la memoria de los rudos granaderos persiste en la historia como un recordatorio de su coraje, dedicación y sacrificio en la lucha por la libertad y la justicia. Su legado trasciende de los intentos de opacarlo y sigue inspirando a generaciones posteriores a valorar la valentía y el espíritu indomable en la búsqueda de un mundo mejor.
A medida que el tiempo avanzaba, de los ciento cinco valientes granaderos que una vez marcharon con determinación, la difícil situación alimentaria y las enfermedades implacables tomaron su tributo. Las duras condiciones de vida y las adversidades que enfrentaron provocaron que solo siete de ellos se mantuvieran en pie, resistiendo con una tenacidad admirable.
Fue este grupo reducido de sobreviviente quien, con profundo respeto y un sentido de deber, se reunió para recibir los restos del gran general. Conmovedoramente, aquel líder que habían seguido con devoción y admiración durante sus hazañas había tomado la decisión de que sus restos descansaran en la ciudad de Buenos Aires.
Este acto final de unión y reverencia por parte de los siete granaderos restantes es un testimonio conmovedor de su profundo compromiso y lealtad hacia su líder caído. A pesar de las dificultades y las pérdidas que habían experimentado a lo largo de los años estos valientes hombres mantuvieron su devoción hasta el final.
Principio del formulario
Aquella noche, desde Francia, regresaron los restos del General, siendo depositados en la Catedral ante la vulgar y despiadada objeción de la Iglesia y esos siete magníficos granaderos , orgullosos y llenos de polvo y sangre de batallas pasadas, alzaron sus uniformes y se prepararon para recibirlo.
Durante toda la noche, permanecieron en su puesto, custodiando los restos de San Martin. Su número, como los días de la semana, como los ángeles custodios que según la creencia, Dios envía para proteger a los suyos. Y así, como guardianes de la patria y custodios del pasado, escribieron su propio capitulo en la historia, un capítulo de lealtad inquebrantable y amor por su país. Al amanecer desparecieron sin dejar rastro. Años más tarde oficialmente tomaron las guardias presidenciales y en honor de los soldados de antaño retomaron en forma permanente la guardia de honor de la Iglesia de Buenos Aires rindiendo homenaje al más grande militar que diera nuestra nación. Algunos de los actuales granaderos sorprendidos y asombrados aseguran ver pasar aquellos uniformes gastados sin el paso formal, riendo y bebiendo el café a leña y un poco más lejos en un rincón, con una figura imponente al mismísimo general jugando partidas de ajedrez de las cuales nunca pierde con esos feroces granaderos que se juntan y lo miran con admiración como los niños a su padre. Te has preguntado porque no ha trascendido? Ellos lo han jurado con el mismo amor ante Dios y su patria con la misma fuerza que han tenido al cruzar los Andes y vencer a sus enemigos.